Jamás me gustaron los ordenadores. Cierto; me parecían útiles, pero simplemente eso. Nunca pensé que me resultarían tan increíblemente interesantes. Claro que no siempre ha sido así, pero la realidad muchas veces supera a la ficción, y eso es lo que ha operado en mi. Hace unos días, a costa de las dichosas portabilidades de una compañía telefónica a otra, me quedé sin internet durante dos días. El teléfono me preocupaba mas bien poco, pero cuando volví a tener mi "adsl" disponible fué como volver a ver la luz despues de los ocho meses de oscuridad invernal del Ártico.
Cuando, aquella mañana de febrero, el profesor García nos dijo, que teníamos que hacer un blog, mi cerebro automaticamente pensó: "Imposible, yo jamás podré hacer eso". "Jamás" es un término que deberíamos ir desechando de nuestro vocabulario, aún a costa de utilizar menos una palabra que en el fondo tiene su encanto. Pero, al menos, que nuestra mente aprenda a usarla con cautela. Porque podrá estar mejor o peor, ser más original o menos, más o menos completo, y no dudo que los hay mejores (los he visto), pero ahí está. Emerge como un delfín del fondo del mar, para coger aire y volver a sumergirse en las aguas. Y lo mejor es que el delfín le está cogiendo el gusto, y cada vez sube más a la superficie. Solo espero que en el trayecto no séan muy duros con él. Porque tiene que seguir nadando entre los océanos de internet ahora y una vez acabado el curso.